La Terapia de Movimiento Rítmico consiste en unos ejercicios físicos muy sencillos que el niño debe hacer en casa con la colaboración de los padres. El único material necesario es una alfombra o colchoneta fina y mucha constancia.
Son individuales, ya que se adaptan al paciente según los reflejos que no tenga integrados, a su capacidad para hacerlos, a si está cómodo con ellos, etc. Pueden ser pasivos (hay que ayudarle a hacerlos) o activos (los hace por sí mismo), dependiendo de lo que necesite y del estado madurativo en el que se encuentren dichos reflejos en ese momento.
Esta terapia está basada en los movimientos rítmicos naturales del lactante que van ayudando, con el desarrollo, a la integración natural de los reflejos primitivos. Estos movimientos estimulan el crecimiento de las conexiones neuronales de los ganglios basales y sus conexiones con otras áreas del cerebro, como el cerebelo o el neocórtex (donde se encuentran las funciones ejecutivas) que son necesarias para el desarrollo del sistema nervioso y, por tanto, para la maduración neurológica del niño. En general, además de la maduración cerebral, consiguen también mejorar el tono muscular o relajar las tensiones y espasticidades.
Al principio el bebé vive en un medio acuoso dentro del útero materno donde se desarrolla y después debe de comenzar a vivir por sí mismo. Para sobrevivir viene dotado de unos movimientos automáticos dirigidos desde el tronco encefálico conocidos como reflejos primitivos.
Estos movimientos automáticos le permiten al bebé ayudar a descender por el canal del parto, o succionar por ejemplo.
Después del parto, el bebé debe reprogramar sus sentidos al nuevo medio en el cual debe vivir. El bebé debe reequilibrar el sentido propioceptivo y esto sólo es posible si puede activar su programa interno de Movimientos Rítmicos. El bebé necesita mucha estimulación vestibular y táctil para que las habilidades motoras y emocionales se desarrollen. Tales movimientos se hacen en un cierto orden, de acuerdo a un programa innato de desarrollo: levantará su cabeza, el pecho, reptara, gateará…. Es importante que el bebé pase por todas las fases del desarrollo pues si no habrá una inmadurez neurológica, quedando una parte del cerebro poco desarrollada o que no habrá recibido la suficiente estimulación.
Los bebés, por tanto, se desarrollan siendo cogido, mecido, tocado por los adultos, pero también a través de los movimientos que él mismo hace espontáneamente, de manera refleja.
Obviamente estos reflejos deberían tener una vida limitada y dar paso poco a poco a los reflejos posturales, que están controlados desde partes superiores del cerebro, y así se irá dando el correcto desarrollo neurológico.
Si estos reflejos permanecen activos porque no se han dado las suficientes veces o de la manera adecuada, habrá una debilidad o inmadurez cerebral, y afectaran no sólo a sus habilidades motoras gruesas o finas, sino también a la percepción sensorial, al funcionamiento cognitivo y al emocional.
La integración de un reflejo supone la adquisición de una nueva habilidad, a veces lo que ocurre es que no conseguimos que ciertos procesos se hagan de una forma automática y se hacen a través de un esfuerzo continuo y consciente lo que lleva a un agotamiento prematuro de la persona que los tiene. Este agotamiento suele tener consecuencias aparentando, como mínimo, una falta de motivación que influye después en muchos otros campos.
Trabajar de manera continua esos reflejos que no se pudieron integrar permite las conexiones neuronales necesarias y facilitan la integración de esos reflejos, por lo que los siguientes pueden desarrollarse y así el cerebro va madurando como debía haberlo hecho antes, eliminando las conductas inadecuadas que se estaban produciendo por una falta de maduración de ese cerebro.
Además, cuando esta madurez del cerebro no se ha dado, puede que no pueda procesar las experiencias traumáticas que le vayan ocurriendo a lo largo de su historia, y puede influir en que una persona se vea afectada en mayor medida que otra por eventos negativos de su vida.